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No hay lugar a muchos paliativos, es cierto, pero sí es justo, en honor a la verdad, ubicar esta institución en un contexto
histórico para entenderla y, sobre todo, el desposeerla de con cuanto de leyenda ha cargado injustamente, aunque, eso si, siempre sin quitar un ápice del horror que acompañó a su siniestra existencia.
La Inquisición española no fue la única institución que cometió barbaridades, pues las mismas autoridades civiles (españolas y del
resto de Europa) fueron por lo general más crueles que el Santo Oficio frente a idénticos delitos. Y también hemos de resaltar que con ella se condenó a muerte a un número de personas muy
inferior de lo que erroneamente se cree, y que incluso el tormento que acompañó
a la acción inquisitorial, se aplicó, en contra de lo que habitualmente se presume, en un reducido número de casos y bajo un sorprendentemente estricto control notarial, el mismo que nos ha permitido conocer qué sucedió exactamente tras los muros de los Tribunales del Santo Oficio.
Pero aun aceptando que buena parte de su leyenda negra no es cierta, y aun aceptando que en las formas no se hizo más que
seguir los usos de la época, lo que es lamentable es que los horrores fueron conducidos por una institución regida por religiosos, católicos en este caso, y con el agravante, en el modo español, de ser
parte complice del entramaje político del poder monárquico durante 350 años.
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